viernes, 1 de abril de 2016

Tengo la edad que tengo

En cualquier circunstancia de esas en las que nos preguntan la edad –hacer un trámite, pedir un turno médico, anotarte en un club, etc.– siempre, siempre, dudo. Hace tiempo que esto me pasa y no creo que tenga que ver con amnesia selectiva o gajes de la edad, precisamente.
¿Creerán que es porque me quito años? Frío, frío... No es mi estilo. Además, decir que tenemos otra edad no cambia nada de nada. Y si alguna vez cambia algo con una mentira, de seguro no lo cambia para bien.
¿Entonces? Creo que lo que me pasa es que no me siento de la edad que tengo.
Tengo la edad que tengo, por supuesto. Lo dice mi Documento de Identidad y también unos cuantos otros registros que no dan lugar a dudas. Sin embargo, cuando no me estoy viendo al espejo, cuando leo un libro, cuando canto o escucho música, cuando camino por la calle, cuando escribo, cuando amo, cuando me enojo... tengo la edad que mi cabeza cree tener.
Juego como si tuviera 11, cocino como si tuviera 70 (o más), me río como si tuviera 20, amo como si fuera inmortal.